viernes, 20 de marzo de 2015

Una calle para los capataces de la familia Sáez

Con este título publicaba ABC una noticia en relación con la petición al Ayuntamiento de Córdoba de una calle en recuerdo de Antonio Sáez Pozuelo y sus hijos Rafael. Manuel y Antonio Sáez Gallegos. Tal vez cabría haber incluído a Manuel Galleros Pérez y Rafael Sáez Sánchez, costaleros y capataz el primero de la Córdoba de principios del siglo XX, aunque el tiempo enfatizó la labor de unos en detrimento de otros.

Fuera como fuese, en fechas recientes la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Córdoba presentó en el Ayuntamiento el expedientes justificativo, tras haber obtenido el apoyo unánime de todas las hermandades cordobesas. Dicho expediente llegó a la Agrupación a través de la Hermandad de la Misericordia, y con el aval previo de una veintena de hermandades cordobesas.

A la espera de la resolución de esta solicitud, y con el agradecimiento hacia todos los que en algún momento han apoyado dicha iniciativa, compartimos la primera parte del expediente, donde se justifica la solicitud (no se publican los anexos, hasta un total de 35).



Solicitud de rotulación de una calle en la ciudad de Córdoba en memoria de los capataces “Sáez”.

Repasar el nomenclátor de las calles y plazas de cualquier ciudad de Andalucía nos traerá a la memoria a aquellos personajes que marcaron el devenir de nuestra región, país o incluso la historia universal, de manera conjunta con aquellos otros que, en un ámbito más cercano, mejoraron con su actividad el desarrollo de las poblaciones que los recuerdan. El nombre de humanistas, filósofos, médicos o industriales locales, por citar a algunos casos, rotulan muchas de nuestras calles en un ejercicio de memoria colectiva que salvaguarda la identidad cultural propia de cada pueblo. Identidad individual que los diferencia de sus vecinos, si bien conformando al mismo tiempo las diferentes singularidades de una identidad regional mayor que las aglutina y que, esta vez sí, las diferencia del resto.

Una de estas singularidades que diferencian a Andalucía del resto de regiones de España es la manera, centenaria a día de hoy, en la que se celebra la Semana Santa; común y única a los ojos del visitante si bien diferente en cada uno de sus municipios. Y tanto es así que no son pocos los que han querido perpetuar el recuerdo de aquéllos que contribuyeron a que las costumbres propias se mantuvieran e incluso engrandecieran, rotulando con sus nombres calles y plazas como las calles Capataz Rafael Franco y Capataz Manuel Santiago, en Sevilla; calle Capataz Manuel Pájaro, en Cádiz; calle Capataz Nicolás Carrillo, en San Fernando; calle Capataz Gutiérrez Tagua, en Écija; calle Capataz Manuel Gallardo, en La Algaba; calle Costaleros, en Sevilla o avenida de los Costaleros, en la Roda de Andalucía.

En Córdoba contamos con el reciente ejemplo de la plaza Capataz Ignacio Torronteras, quien de manera tan decisiva colaboró en el desarrollo y afianzamiento de la Semana Santa de Córdoba, convirtiéndose con su trabajo en uno de los personajes clave para entenderla tal y como hoy la disfrutamos; tanto propios como extraños. 

Llegados a este punto cabría recordar a una familia cordobesa que, con su trabajo relacionado con las cofradías cordobesas durante más de 60 años, colaboraron en el crecimiento de la Semana Santa de nuestra ciudad, así como en el sostenimiento de la economía doméstica de más de 90 padres de familia, durante cerca de cuatro décadas, desde el inicio de la posguerra española.

Basándonos en los antecedentes mencionados y justificando esta petición en los motivos expuestos a continuación, sirva este escrito como solicitud para la rotulación de una calle en la ciudad de Córdoba con el nombre de “Dinastía de Capataces Sáez”.

1.- Antecedentes históricos.

Las primeras décadas del siglo XX ofrecen a Córdoba una lenta recuperación respecto del aciago siglo XIX en cuanto a religiosidad popular y cultura cofrade se refiere. Un siglo en el que las ocupaciones francesas, el decreto del obispo Pedro Antonio de Trevilla Bollaín, los procesos desamortizadores o los sucesos derivados del Sexenio Revolucionario mermaron tanto el patrimonio artístico y cultural de las cofradías cordobesas como gran parte de las manifestaciones culturales asociadas a la religiosidad popular de nuestra ciudad desde siglos anteriores. Sin embargo será precisamente durante estas primeras décadas de la nueva centuria cuando se comiencen a recuperar tradiciones olvidadas, surgiendo nuevas hermandades junto a aquellas otras que pretenden recobrar las devociones perdidas.

Este proceso de revitalización cofrade y de la religiosidad popular conlleva en paralelo un crecimiento de las tradiciones y de la economía local, basadas en los trabajos contratados a artesanos y artistas cordobeses como artífices de gran parte del patrimonio adquirido en aquellos años, y entre los que podríamos recordar las nuevas andas procesionales para gran parte de las hermandades cordobesas, los hábitos de nazareno para un cada vez mayor número de hermandades, los nuevos elementos patrimoniales para las andas o el propio cortejo tales como lámparas, bocinas, gualdrapas, mantos, coronas, potencias y un largo etcétera; todo ello, como ya se ha dicho, obra de talleres cordobeses en su mayoría.

Por último cabría recordar las labores de carga de las andas procesionales, labores reservadas a cuadrillas de trabajadores del campo o las lonjas locales y por el que reciben un salario nada desdeñable; tal y como se explicará a continuación.


2.- La familia Sáez en la Semana Santa de Córdoba.

En 1921 la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Caído estrena, entre otros elementos, un nuevo paso procesional para su imagen titular, el cual es portado por la famosa cuadrilla de los piconeros de Santa Marina. Cuadrilla en la que trabaja don Manuel Gallegos Pérez, capataz de dicha cuadrilla en su quehacer diario en el campo. El conocimiento del personal le lleva a ser igualmente su capataz en las labores de carga del paso, tras haber participado con anterioridad como miembro de la cuadrilla de José González Molina. Bajo sus órdenes, e igualmente parte de la cuadrilla, trabaja su yerno Antonio Sáez Pozuelo, trabajador del campo en aquellos primeros años e hijo de Rafael Sáez Sánchez; faenero en otras cuadrillas cordobesas como las de Nuestra Señora de los Dolores o del Santísimo Cristo de Gracia.

Antonio Sáez Pozuelo llega a trabajar junto a su padre y su suegro para las hermandades del Caído, Cristo de Gracia, Angustias o Huerto, siendo contratado en este periodo por los almacenes de coloniales Porras Rubio Sociedad Limitada (posteriormente Almacenes Jurado), empresa para la que organizaría las cuadrillas de trabajadores, turnos y todo lo concerniente al personal. Esta responsabilidad le hizo estar en contacto diario con los faeneros que a su vez portan los pasos procesionales, siéndole ofrecido el puesto de capataz de la nueva hermandad del Descendimiento en su primera salida procesional el Jueves Santo de 1938.

Como se indicó anteriormente, durante la primera mitad del siglo XX se vive una etapa de esplendor en las cofradías cordobesas, viviéndose un segundo momento de revitalización a partir del fin de la guerra civil, periodo en el que se fundan más de una decena de hermandades. El incremento en la nómina de hermandades así como en el número de pasos provoca un aumento de las necesidades del personal que pueda desarrollar las labores de carga, siendo Antonio Sáez Pozuelo requerido para gran parte de ellas. De esta manera consigue organizar una cuadrilla propia de faeneros, con la ayuda de sus hijos, con la que consigue trabajar como capataz en los siguientes pasos (en orden de día de salida): Borriquita (en sus dos primeras etapas, desde la iglesia de la Trinidad y la iglesia María Auxiliadora), Amor, Penas de Santiago, Huerto (desde su refundación en la década de los 70), Candelaria, Caridad, Rescatado, Amargura, Sentencia, Prendimiento, Piedad, Calvario, Mayor Dolor, Misericordia, Lágrimas en su Desamparo, Buena Muerte, Reina de los Mártires, Descendimiento y Santo Entierro. A esta relación habría que añadir los pasos de las hermandades de Gloria de la Virgen de la Cabeza, Virgen del Socorro, María Auxiliadora y Sagrado Corazón de Jesús, así como el paso de la Custodia de la Catedral de Córdoba, mandado aún hoy en día y desde 1948 por la familia Sáez. Igualmente han colaborado en la creación de las cuadrillas de hermanos costaleros de las hermandades del Huerto, Santísimo Cristo de Gracia y Buen Suceso.

Antonio Sáez Pozuelo, con un número cada vez mayor de compromisos, algunos de ellos incluso coincidentes en el mismo día de la semana, comienza a dar responsabilidad a sus tres hijos varones, Rafael, Antonio y Manuel, quienes no sólo colaboran con su padre en las labores de contraguía en las hermandades que comienzan a requerir estos cargos (Buena Muerte o Misericordia), sino que se hacen cargo de parte de la cuadrilla de manera independiente; como se ha relacionado anteriormente.

De esta manera la dinastía de los Sáez, como se les ha denominado en la entrega de varios galardones, ejercieron de faeneros y capataces desde la década de 1930 hasta el fallecimiento de Rafael Sáez Gallegos en 2012, quien ostentaba en el momento de su fallecimiento el cargo de capataz de la Custodia de la Catedral de Córdoba; sin perjuicio de haber recibido este “oficio” de sus predecesores, los anteriormente mencionados Rafael Sáez Sánchez y Manuel Gallegos Pérez, y continuar con varios de sus hijos y nietos aún a día de hoy.


3.- Efectos económicos en la cuadrilla de faeneros de la dinastía de capataces de los Sáez.

La cuadrilla de faeneros de los Sáez llegó a estar compuesta por cerca de un centenar de hombres, número bastante elevado si tenemos en cuenta las reducidas dimensiones de los pasos así como la manera de trabajar de unas cuadrillas que no contaban con personal de relevo. 

En su mayoría estaba compuesta por trabajadores de la sección de carga y descarga de las lonjas municipales de Córdoba, trabajadores conocidos por Antonio Sáez Pozuelo y sus hijos y de la confianza de éstos en el trabajo diario para Porras Rubio. En su origen estos trabajadores se encargaban de la carga y la descarga de los vagones que la propia compañía contrataba para el transporte de productos comprados y vendidos en la provincia. A estas labores deben añadirse las desarrolladas a menor escala en fincas cercanas a la capital, hasta donde se llegaba con camiones que eran igualmente cargados y descargados por el mismo personal. Es por tanto un colectivo muy acostumbrado al trabajo físico, compuesto principalmente por padres, hijos y primos que desarrollan su trabajo codo con codo durante todo el año. Esta relación es tan estrecha que las bajas temporales por enfermedad, cualquier día de la Semana Santa, no son cubiertas con nuevos faeneros sino que se trabaja dejando el hueco y repartiendo el jornal incluso con el que está ausente. Las ausencias son sólo cubiertas en el supuesto de representar una baja definitiva, y si bien la decisión última de incluir un nuevo miembro en la cuadrilla recae siempre sobre el capataz, son los propios faeneros los que proponen entre los aspirantes; más por un ejercicio de confianza en el trabajo desarrollado durante el resto del año que por un ejercicio de favoritismo, buscando así la optimización en el trabajo.

Entre ellos fueron famosos los hermanos Castro o los Navarro, así como los tres hermanos conocidos como “El Gordo”, “El Feo” y “El Veneno”. Junto a ellos trabajaron durante muchos años faeneros como Manuel León “El Loco”, Julio Alcántara “El Gitanillo”, Manuel García “Quinini” o Antonio Baena “El Legionario”; toda una muestra del estrato social imperante en la Córdoba de la posguerra, compuesto en su mayoría por trabajadores sin más recursos que los obtenidos del trabajo diario.

Económicamente las labores de carga durante la Semana Santa resultan un trabajo más que rentable así como un respiro para los padres de familia que pertenecen a la cuadrilla. El salario medio en España en 1942 es de 3.000 pesetas anuales (dato publicado por el INE), lo que equivale a 250 pesetas mensuales o algo menos de 11 pesetas por jornada de trabajo. Según podemos comprobar en el recibí firmado por Antonio Sáez Pozuelo el 7 de abril de 1941 a la Hermandad de la Caridad, esta hermandad pagó al capataz 25 pesetas por cada faenero por el “transporte” del paso en su procesión del Jueves Santo de dicho año. Si a ello añadimos la gratificación pagada por la misma hermandad en agradecimiento por las labores de montaje y desmontaje, equivalentes a unas 10 pesetas por trabajador, los miembros de la cuadrilla que participaran en ambas actividades podrían haber ganado 35 pesetas con el trabajo realizado para tan sólo una hermandad, cifra que podría superar las 200 pesetas para aquellos que tuvieran la suerte de trabajar todos los días de la semana junto a cualquiera de estos capataces. Salario que como hemos analizado se acerca bastante al salario mensual medio en España.

A ello habría que añadir las “convidás” que la cuadrilla recibía después de cada salida procesional o jornada de montaje o desmontaje. Famosas son las invitaciones a “pescaíto frito” que la hermandad del Santo Entierro ofrece durante estos años a los faeneros durante los montajes de su altar de cultos en la iglesia de la Compañía, la de churros que ofrecía la hermandad de la Sentencia en San Nicolás; las de una ronda de vino que ofrecía el propio hermano mayor de la Hermandad de la Misericordia una vez terminada la procesión en las tabernas “El Brasero” y “Villoslada”, o las piezas de queso entero o garrafas de vino entregadas por otras. Todo ello hoy en día prácticamente anecdótico, pero que sin duda supone un verdadero alivio a las economías domésticas de los trabajadores en plena era de las cartillas de racionamiento. 

El interés de Antonio Sáez Pozuelo y sus hijos por el bienestar, tanto económico como físico, de sus cuadrillas queda de manifiesto en los contratos anuales que se firman con las hermandades. Cogiendo como ejemplo el contrato firmado con la Hermandad de la Misericordia el 9 de marzo de 1961, para el transporte de los dos pasos procesionales de dicha cofradía, lo primero que podemos destacar es la suscripción de un seguro de accidentes de todo el personal que interviene en dicho servicio, el cual debe ser contratado y abonado por la propia hermandad. Igualmente se estipulan, como no puede ser de otra manera, las condiciones económicas del servicio, tanto en el desarrollo normal de la salida procesional como en el supuesto de lluvia, así como los plazos de abono del servicio. 

Estas clausulas, tal vez hoy en día lógicas, no son una norma en la época como podemos comprobar en un contrato firmado el 22 de marzo de 1965 en la ciudad de Sevilla, entre la Hermandad del Dulce Nombre y el capataz Salvador Dorado Vázquez. En el mismo comprobamos en primer lugar el elevado precio del servicio en la capital andaluza (lo que cobra en Córdoba el capataz es lo que cobra en Sevilla un costalero), así como la ausencia de cualquier referencia al seguro de accidentes; lo cual no implica la inexistencia del seguro para las cuadrillas sevillanas, sino la preocupación de la familia Sáez por la inclusión del mismo en los contratos firmados por ellos.

El pago de las hermandades a los capataces, encargados éstos a su vez del pago a los faeneros, depende de la hermandad y sus circunstancias. Existen hermandades que saldan su deuda en el mismo momento de finalizar su procesión, mientras que otras esperan al día siguiente o incluso al final de la Semana Santa. Esta circunstancia no siempre es fácil de mantener, pues por la delicada situación personal por la que pasan muchos miembros de la cuadrilla, algunos suelen pedir a los capataces un adelanto del día e incluso del trabajo de toda la semana. Estos adelantos se suelen atender en la mayoría de las ocasiones, saldándose las cuentas, o no, al final de la semana.

Sin embargo, y aunque el estímulo económico pudiera compensar, las condiciones de trabajo son en cualquier caso muy exigentes. La jornada de trabajo en la lonja comienza a primeras horas de la mañana, tras la cual cada miembro de la cuadrilla se dirige a la iglesia que tenga asignada para dicho día. Tras finalizar la jornada cofrade, en una época donde las hermandades se recogían en un horario más tardío del actual, la mayoría de los faeneros suelen dirigirse directamente de nuevo hacia la lonja con el fin de descansar lo máximo posible antes de volver a comenzar una nueva jornada. Los más afortunados, si disponen de bicicleta, pueden regresar a casa para asearse y descansar, si bien lo habitual es “pegar una cabezada” sobre sacos apilados en las propias lonjas antes de comenzar una nueva jornada. 


4.- Efectos socioculturales de las cuadrillas de faeneros.

En octubre de 2009 la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Córdoba presenta un informe titulado “Efectos Socioeconómicos de la Semana Santa en la ciudad de Córdoba”, elaborado por Analistas Económicos de Andalucía con el patrocinio de Unicaja y la colaboración del propio Ayuntamiento de Córdoba, en el que se ponen de manifiesto unas cifras altamente concluyentes: la Semana Santa mueve en la capital 42 millones de euros al año, permitiendo la creación de 1.682 puestos de trabajo y alcanzando el 0,35% del PIB de la provincia.

Teniendo en cuenta que el aspecto inmaterial de la Semana Santa, compuesto por la cultura, el folclore, la música, la gastronomía o la historia, es invaluable, la parte económica analizada en dicho estudio pone de manifiesto la relevancia de una actividad única en nuestra ciudad. El propio estudio arroja datos concluyentes sobre el número de visitas a los museos municipales durante tres periodos: mes de mayo, Semana Santa y resto del año. La media de cualquiera de los dos periodos es siempre superior a la media del resto del año, siendo llamativo que el número de visitas durante la Semana Santa (contada desde el Viernes de Dolores al Domingo de Resurrección) es siempre cercano, cuando no superior, al contabilizado para todo el mes de mayo cordobés. Dicha conducta se repite al analizar el número de visitantes a los principales monumentos de la capital, poniendo de manifiesto la importancia que para la economía local tiene todo lo relacionado con la Semana Santa. 

En este momento vuelven a tomar una relevancia especial todos aquellos que, con su dedicación, contribuyeron al afianzamiento de la religiosidad popular cordobesa y sus manifestaciones externas. Sólo podemos entender la Semana Santa actual, con sus componentes culturales, sociales y económicos, entendiendo la de las generaciones anteriores, cuyo trabajo afianzó una Semana Santa embrionaria tras muchas décadas de postración. La prohibición en 1820 de más procesiones que la oficial del Viernes Santo provocó un proceso de pérdida paulatina de identidad cofrade/religiosa que desemboca en la desaparición de todas las procesiones durante cerca de 30 años, con una ligera recuperación durante las últimas décadas del siglo XIX y una revitalización algo mayor a partir de la década de 1910. Sólo entendiendo a las personas que colaboraron en dicha recuperación, y manteniendo su memoria viva para las generaciones venideras, seremos capaces de comprender esta parte de nuestra historia que hoy en día, y más allá de las repercusiones sociales y económicas descritas, nos diferencian del resto de ciudades andaluzas colaborando en el refuerzo de nuestra propia identidad.

1 comentario:

  1. Las cosas no pasan porque sí, y lo que recibimos (sobre todo en cofradías), viene siempre precedido del trabajo anónimo de muchas personas que no buscan su recompensa en el relumbrón del momento, sino que su compromiso va mucho más allá y tiene unas metas mucho más elevadas. Nada satisface tanto y da tanta paz interior como saber que todo el empeño se pone para una mayor gloria del Señor.

    Luego el tiempo pone todas las cosas en su sitio y le da a cada uno lo suyo.

    Y ya va siendo hora que la Córdoba oficial escuche a la cofrade y recompense la callada labor que tan silenciosa como merecidamente la familia Saez se ha venido ganando desde hace tantos años.

    Con todo mi humilde apoyo.
    PPV

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