Como es sabido por todos, Sócrates rechazaba la escritura frente a la cultura oral. Cuando leemos algún texto no sabemos quién lo ha podido escribir (aunque sepamos su nombre), y lo que es peor, tampoco se sabe cuando alguien lee un texto, si tiene la capacidad para entenderlo e interpretarlo. Si se dan las dos circunstancias a la vez, el problema está asegurado.
No voy a valorar algunos artículos publicados recientemente, carentes de toda lógica histórica y rigor, sino que intentaré valorar la tradición a través de un experimento que creo que es bastante concluyente, como lo es comprobar cómo vivía Córdoba su fe en Nuestra Señora de la Fuensanta durante los años más complicados de la II República. Para ello viajaremos, por ejemplo, al año 1932 en el que, como es sabido por todos, no procesionó ninguna hermandad de nuestra ciudad; no hubo ninguna "Valiente", aunque este episodio no nos corresponde a los cordobeses.