martes, 10 de septiembre de 2013

La verja del Cristo de los Faroles (I)

El Cristo de los Faroles (denominación popular del Santísimo Cristo de los Desagravios y la Misericordia) es una imponente escultura de piedra tallada en 1794 por Juan Navarro León, bajo encargo de fray Diego José de Cádiz. Personaje que, por cierto, trajo a Córdoba la devoción hacia la advocación capuchina de la Divina Pastora y gracias a quien Córdoba contó, hasta la retirada de los altares callejeros decretado por el Jefe Militar Ángel Iznardi en 1941, con hasta 3 tallas callejeras y otros tantos lienzos; de cuyas disposiciones y curiosidades nos ocuparemos en otro momento.



En la actualidad el sobrenombre de “Los Faroles” le viene asociado a aquéllos que, en número de ocho, le alumbran por la noche. Sin embargo ni los faroles ni la verja lo acompañaron desde su origen. Ni tan siquiera este sobrenombre fue utilizado desde que la imagen es iluminada por faroles, en un principio de gas y posteriormente eléctricos, siendo conocido hasta bien entrado este siglo por el nombre de Cristo de los Faroles e incluso por el de Cristo de Capuchinos.

Fuera como fuese lo cierto es que su arraigo en Córdoba ha sido una constante desde su instalación, llegándose incluso a la rocambolesca situación de escucharse llamar al Santísimo Cristo de la Clemencia como Cristo de los Faroles.

Sin embargo hoy vamos a recordar un episodio ocurrido a partir de la instalación el 1 de marzo de 1924 de la verja que hoy recubre la imagen, y que lejos de lo que pudiéramos imaginarnos hoy en día, causó un enorme revuelo popular en toda la ciudad. Y es que lo que hoy es uno de los rincones más clásicos de la ciudad, en su día hubo quien lo tomó como moderno (¿existe una palabra más fea y efímera?), y claro, el resultado se puede intuir.


A principios de la década de 1920 la imagen de Cristo no contaba con la verja de la discordia, si bien sí se encontraba iluminada por ocho faroles de aceite, cuyo coste, así como el del mantenimiento de la imagen corría por cuenta de un devoto anónimo. Cordobés que tras varios años cubriendo este coste entendió que la imagen debía ser protegida por una verja, encargando al afamado artífice don Antonio Martínez su elaboración; artista a quien el ayuntamiento también encargaría en estas fechas el enverjado del jardín que por entonces se proyectaba en la base de la estatua del Gran Capitán, y que por no haberse aún derribado el hotel Suizo, no ocupaba todavía su actual emplazamiento en la plaza de las Tendillas.

Regresando a Capuchinos, el enrejado se elaboró en cuatro paños rectangulares, sirviendo como soporte a los mismos las cuatro columnas equidistantes que desde tiempos atrás soportaban los cuatro faroles más externos. Para evitar cierta disonancia con el color de los hierros de los faroles, la reja nueva “se armonizó” en función de los tonos y texturas antiguas.

En un principio el resultado fue el esperado por el dadivoso donante, si bien pronto comenzaron a aparecer diferencias de opiniones entre las que se encuentran las más positivas, normalmente publicadas en Diario de Córdoba, y las menos, generalmente publicadas en La Voz. Los artículos, columnas y comentarios en prensa local son prácticamente diarios desde el día siguiente a su instalación hasta bien entrada la Semana Santa (mes y medio más tarde). Algunos opinaban que si bien la intención era buena y generosa, el estilo lo respondía al buen gusto de la época e incluso de la historia propia de la imagen, rogándose su sustitución inmediata.

Muestra de aquella miscelánea de opiniones y consultas entre la que podemos destacar la realizada a la Comisión de Monumentos de Córdoba, la cual incluye en el orden del día de una de sus reuniones la citada consulta. De hecho el lunes 24 de marzo de 1924 publica la siguiente nota de prensa:

Acordar sobre la colocación de una verja en el Cristo de la Misericordia de Capuchinos, llamado también Cristo de los Dolores, que se dirija comunicación al Ayuntamiento expresando el sentimiento con que esta entidad ha visto la transformación del mismo, así como rogar que no se verifiquen más reformas, ni se sustituya el alumbrado, que acabarían con el efecto artístico de dicho alumbrado, si bien reconociendo en todo momento la piadosa voluntad de los donantes.

Esta respuesta por parte de la Comisión de Monumentos de Córdoba genera una segunda riada de opiniones, entre la que destacamos un valioso artículo firmado por Juan Agustín Moreno y publicado igualmente en La Voz.

Al pasar...
La famosa verja
La campaña provocada por esa ya famosa verja, que de poco tiempo a esta parte rodea al Santo Cristo de los Desagravios, no lleva trazas de concluir nunca. Y lo más peregrino del caso es que "no salimos de un ladrillo". Los paladines ya en pro, ya en contra de la innovación introducida en el original monumento se suceden con una constancia y una XXXXXX asombrosas. Pero la solución no se vislumbra por ninguna parte.
Sin embargo, es preciso reconocer que ya es "mucha verja". Alrededor de ella, se ha hablado de todo y en todos los tonos. Hubo aplausos sinceros para la intención piadosa del anónimo donante, y censuras más o menos acres para los resultados o consecuencias de esa misma intención. Se señaló la discrepancia entre la piedad y el arte; se fundamentó la protesta, en el amor a la belleza, la tradición y la leyenda; se acudió encargados de velas por aquellos tesoros artísticos, que por ser de la ciudad, sólo a la ciudad pertenecen... ¿Qué falta pues?
Entendemos que la hora de poner fin a este pleito ha llegado ya. Continuarlo indefinidamente es tanto como dar margen a que no "quepa" en los cauces serenos y apacibles en que hasta aquí se fue deslizando, y se agríe sin necesidad alguna...
Si esa verja famosa debe ser quitada o no, es cuestión que, en resumidas cuentas, sólo ha de resolver el Ayuntamiento, después de conocer el informe de la Comisión de Monumentos, pues si bien todas las opiniones son dignas del mayor respeto y la más alta consideración, conviene no perder de vista que el referido organismo tiene perfectamente definidas sus atribuciones dentro de las que encaja, sin la más leve duda, el caso concreto que nos ocupa; y que por consiguiente, su informe, aunque discutible, como todas las cosas de este mundo, forzosamente ha de ser valedero.
La comisión de Monumentos, por los valiosos elementos que la integran, tiene autoridad más que suficiente en las cuestiones de arte que dan directamente le atañen. Para sus informes, no precisa de consejeros ni auditores.
Si no fuera así; si para informar en este o en aquel asunto de su incumbencia, tuviera que pesar y medir y seleccionar todas las opiniones emitidas acerca del particular por personas muy dignas y respetables, pero ajenas por completo a su organización y funcionamiento; si dicho informe no fuese otra cosa que el fiel reflejo de la opinión dominante por mayoría, ¿no es verdad que sería el suyo un papel bien poco airoso? ¿Tendría razón de ser dicho organismo oficial?
El caso de la verja del Santo Cristo de los Desagravios, queda pues reducido a estos términos:
La comisión de Monumentos entiende que la tan discutida y cacareada verja, debe ser quitada. Así lo ha expresado oficialmente a nuestra primera autoridad municipal.
Ahora, el excelentísimo Ayuntamiento tiene la palabra
Juan Agustín Moreno

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