El capataz del Señor de la Salud de la Candelaria, Juan María Gallardo, nos envía un artículo publicado por él mismo en el boletín de la Hermandad de los Gitanos de Sevilla durante la Cuaresma de 2013. Agradecidos de que nos haya enviado el texto, lo compartimos a continuación:
Ante de leerlo, asegúrate de tener algo de música de fondo.
San Román es distinto
Nunca lo había visto en la calle. Había salido
de negro en el Gran Poder con la túnica que su padre dejó de herencia y que
antes usaba su hermano mayor, que ese año debutaba como costalero en la Virgen
de las Angustias. Realmente iba a ver a su hermano. Tras quitarse la negra del antiguo tergal que hoy
es ruán, sintiéndose héroe por terminar aquel recorrido silencioso y duro de
anónimo nazareno, cruzó Puerta Osario y Alfalfa y bajó las Cuestas del Rosario
y el Bacalao. Por allí, ya había capas blancas y morados antifaces.
Justo revirando Alemanes lo encontró.
Erguido, cargado con la
cruz. Con paso firme y acompasado, caminaba sobre monte de
rojos claveles que destacaba del dorado canasto que genialmente tallara Antonio
Martín. Los codales de los faroles se hacían innecesarios pues el sol,
radiante, iluminaba la mañana de Viernes Santo.
Cuando aquel joven de dieciséis años pudo
estar cerca del paso, vio su tez morena y allí comenzó a sentir los repelucos
del sentimiento en sus carnes. Reparó en sus manos, en sus barbas, en su
perfil. Repasó una y otra vez las gotas de sangre que cubren el bello rostro
del Señor de la Salud y ya para siempre se sintió suyo. El mechón de cabellos
despegado de su cabeza y que asoma por la mejilla derecha, es firme apoyo de fe
donde se agarra, veintitantos años después, aquel joven que hoy es padre de
niños que son hermanos de Los Gitanos desde que nacieron.
Ese hombre quedó tan prendado del embrujo y
la hermosura singular del Cristo moreno y guapo de la Salud, que desde entonces
su pulso en Semana Santa, late al mismo son que el cordón del cíngulo que
abraza su cintura, se balancea sobre la túnica sagrada. Aquella mañana quedo
tan embelesado, que caminando de espaldas y sin poder restar un instante de
atención a los andares portentosos del Señor, olvidó que había ido a buscar a
su hermano y hasta pasada la Alfalfa, no acudió a su encuentro. En la plaza de
la Pescadería, vio que un faldón del palio arriado de María de las Angustias,
se elevaba y tras él, entre varios costaleros asomaba su hermano. Se acercó, lo
saludó como se saludan dos hombres y con la emoción asomada a sus ojos
lacrimosos, le dijo lo que estaba sintiendo. Era algo nuevo, algo distinto,
algo que no conocía hasta entonces y le prometió que no pararía hasta poder
salir de costalero en aquel paso de Cristo. Seis años después, hace ya veinte,
lo consiguió y su vida ya no fue la misma.
Días después de aquella madrugá, otro
costalero, tan enamorado como él de este Cristo vivo y de esta hermandad, le
dijo una frase que todavía no ha olvidado:
“mira, San Román es particular. Ni
mejor, ni peor, es distinto…”
Así es y así lo proclama y lo lleva a gala.
Esta hermandad es distinta.
Aquí
los costaleros no sudan, aquí huelen a canela y clavo.
Aquí
las mecidas y movimientos de los pasos no se hacen con las piernas y la
cintura, se hacen con el corazón y el alma.
Aquí
el llamador tiene sonido de fragua y de martinete.
Aquí
las saetas son más desgarradas por lo jondo del dolor de donde nacen.
Aquí
las marchas suenan más armoniosas y tienen la dulzura de una nana.
Aquí
el incienso es puro perfume de amor con aromas de romero y de vainilla.
Aquí
la cera derramada es la sangre de una raza errante que en la hermandad se funde
entre cuarterones, gitanos y no gitanos, que son iguales para el Señor.
Aquí
el morado capirote es lirio nazareno y el blanco de las túnicas es azucena y
nardo en respiradero de plata.
Aquí
los evangelistas de las esquinas del paso escriben en Romance la pasión de
Jesucristo.
Aquí
la Concepción y el nacimiento de Jesús hecho hombre, van como cartelera
frontal.
Aquel joven que a pesar de haber vivido en
el barrio descubrió por si sólo la grandeza y la majestad del Cristo de Los
Gitanos, no entiende otra manera de vivir que no sea todo lo cerca que pueda de
su hermandad, de su Señor de la Salud y de su Virgen de las Angustias Coronada.
Y es que como le enseñó otro loco enamorado,
“San Román y ahora el Valle, son
particulares, ni mejores, ni peores. San Román y el Valle son distintos.”
¡¡¡ Viva
el Señor de la Salud ¡¡¡
¡¡¡ Viva
la Virgen de las Angustias ¡¡¡
¡¡¡ Viva la
hermandad de Los Gitanos ¡¡¡
(dedicado
a aquellos que sienten esta hermandad como algo distinto)
Juan
María Gallardo
Enero
de dos mil trece.
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