Hoy compartimos un texto publicado el pasado 2 de junio en el blog El Convento del Monaguillo, escrito por Álvaro Barea
Después de Ti, no hay nada 
En  la soledad de tu habitación das inicio nuevamente al rito como lo hacen  los toreros cada tarde en la que deben enfrentarse a su destino: te  vistes despacio y con mimo. La ropa está escrupulosamente planchada.  Esta vez luce inmaculadamente blanca llenando la estancia de claridad.  La ropa interior es exclusiva de esa ocasión; los calcetines llevaban  guardados varios años hasta que te tocara de nuevo. La camiseta fue  regalada y el costal es el de las ocasiones importantes: el que se  ajusta a la medida “académica” y pasa los más altos controles de pureza y seriedad; el más blanco de tu colección.
Al  bolsillo de tus pantalones van la medalla de oro de la Virgen del Rocío  que habitualmente cuelga del cuello de tu hermana, aquella pequeña del  Corazón de Jesús que el abuelo siempre tuvo consigo hasta que el destino  quiso que ya no la pudiera portar más, algunos caramelos para la tos y  un pañuelo... porque sabes que antes o después, llorarás.
Para  este día, el más importante de tu carrera costalera, no necesitas llevar  tarjeta de sitio, porque Dios no te la pide cuando vas a verlo. Tampoco  el día en el que te llame a su presencia necesitarás llevar nada que  diga que has abonado tu cuota: aquí tu cuota es de amor, y rebosa por  todos lados. El ya sabe lo que has pagado y lo que aún le debes a unos y  a otros. Vas porque crees; vas porque sientes... y vas gratis.
Aquí  no hay vanaglorias ni lucimientos en relevos. Aquí no da nadie la nota  delante del paso. Aquí no hay más protagonismo que el que tiene que  haber... por eso muchos no gustan de participar y dicen que el Corpus no  les “llama”. Si no te llama Cristo a meterte debajo de un  paso, apaga y vámonos. Eso retrata a cada cual como creyente, no como  costalero. Cargar kilos puede hacerse sin raciocinio.
Rezas en tu  pequeña capilla particular de siempre, encomendando tu trabajo a toda  esa divina madera a la que habitualmente le imploras, pero teniendo la  absoluta tranquilidad de que esta vez llevarás contigo al “jefe”,  al supremo encargado de que todo esto tenga sentido. Eso te relaja y te  da confianza en ti mismo. Hoy serás nuevamente cirineo del “verdadero”, y juntos recorreréis la calle de la amargura.
Te  da igual si el que suda a tu lado es de tal o cual Cofradía, o si te  cae mejor o peor que algún otro, o si te la jugó alguna vez en alguna de  esas batallas medio perdidas que son las cuadrillas de las Hermandades.  ¿Qué mas da?, Dios nos iguala a todos vestidos de blanco, y tu cita,  aunque acompañada por unos cuantos buenos costaleros de muchos sitios  diferentes, es tuya y Suya únicamente. El diálogo será de Ti para El.  Dan igual las medallas.
El  calor, el nervio, el buscar a la persona no habitual pero adecuada para  tirarte de la ropa, el sorbito de agua del patio de acceso a la  Sacristía de la Catedral, la eterna charla del hombre de negro que tiene  el enorme orgullo de ponerse delante de Cristo mismo... todo es  especial y distinto. Es una rutina, pero no como la de las Cofradías.  Todo es diferente, porque El está de por medio.
Te das cuenta  desde que al ingresar en la girola, escuchas los rezos y los cánticos de  la gente que abarrota la Seo. Te das cuenta desde que se descubren ante  ti, humildemente escondidas en una capilla lateral las andas de Cristo,  luciendo artísticamente el paso de los siglos en oro y plata maciza.  Ante aquel mismo oro rezaron los Reyes Católicos, y hoy, siglos después,  rezas tu por los tuyos. Te das cuenta cuando recuerdas que en el  cordero que llamará al pulso de los hombres, hay una pequeña parte tuya  puesta voluntariamente desde hace ya muchos años. Te das cuenta cuando  recuerdas aquella vez que ayudaste a Pepe a cambiar los palos del paso, y  echando la vista atrás, te satisfaces sabiendo que esos palos partidos,  presiden ahora muchas casas de nobles costaleros que lo portaron  durante muchos años. Te das cuenta cuando al meterte debajo, sientes que  junto a tu costal están contigo muchos de los que ya no respiran, pero  habitan en tu conciencia cuando por la noche descansas sobre la  almohada.
Hay  tantas cosas que te hacen comprender que aquello es diferente, que  jamás podrás comparar esta experiencia con alguna otra anterior. Estarás  condenado de por vida a acordarte de ese primer día que te metiste bajo  Su Divina Majestad. Incluso cuando no te toque sacarlo y escuches el  órgano de la Catedral entonar los himnos eucarísticos, tu vello se  erizará sabiendo que debajo de ese ralentizado compás de avance hay un  puñado de hombres llorando.
Nunca es tarde para aprender a  sentir. Nunca es tarde para aprender a querer. Nunca es tarde para pisar  Granada cubierta de manzanillas, juncias y hierbas de campo. Nunca es  tarde para escuchar el coro alabando la grandeza de Dios. Nunca es tarde  para confesar bajo ese paso, de rodillas, con un sacerdote costalero.  Nunca es tarde para besar el palo cuando acercan la escalera de madera y  presientes que la Forma ya se encuentra en el Viril. Nunca es tarde  para llevar un chupete en el bolsillo, pidiendo salud para los pequeños  que habitan tu alma. Nunca es tarde para suspirar de alegría al oír el  Himno Nacional y saber que tu ciudad aplaude abrumadoramente tu fe.
A  partir de ahí, ya solo vale dar las Gracias por lo que tienes y lo que  eres, por lo que sientes y por lo que quieres, por la voluntad que le  pones al día a día, por el coraje que le echas a los ratos malos, por la  fidelidad a tus creencias y tus principios, por lo tangible y lo  intangible, por lo nimio y por lo importante, por tu comportamiento, tu  carácter y tu bonhomía. Ya solo vale caminar con los ojos cerrados agradeciendo ese momento intenso y único de estar junto a Él.
Porque  después de Ti, no hay nada. Lo sabemos todos los que te hemos llevado,  Señor. A todos nos puede gustar más o menos llevar nuestros pasos en  Semana Santa. Cada cual puede obsesionarse con sus aficiones y sus  gustos como quiera, pero la única Verdad de un cristiano que siente ser  costalero por todos sus poros, es la de ser tu sustento sobre la cerviz.  No hay más bandas, ni más cambios de paso, ni más canastos dorados, ni  más mantos bordados, ni más chicotás estudiadas que produzcan una  satisfacción tan siquiera igualable a la de ser parte Tuya, Dios  nuestro.
Desde el respeto a la postura de cada cual, el que no  olvide por un día su orgullo y su vanagloria personal y no entienda  esto, no comprenderá jamás la Gloria máxima que puede alcanzar un  costalero.
Aunque no te lleve este año, Señor, tengo la inmensa fortuna de SER DE TI. Después de Ti, no hay nada.
P.D.  Dedicado a todos los nuevos costaleros del Corpus que tendrán la enorme  suerte de vivir esta experiencia única de portar el mismo Cuerpo de  Cristo en su procesión del Corpus y en la de la Octava. Bienvenidos