miércoles, 14 de septiembre de 2011

La ciudad heredada

Resuena el rumor de una letanía más allá de los días en que el frío atraviesa los huesos quebrados de la Pasión. El susurro de un ritual inédito atraviesa con su borde afilado los meses, por las mismas calles –conformadas por cantos y sillares, por muros en los que resbala la cal- donde se guardan los secretos del pasado, con una confidencia que trasciende del mero aspecto de la materia. La vigilia ya no se viste de actos apresurados, de altares superpuestos en las iglesias que recorren la geografía local, de noches que aglutinan y revierten el pulso que aguarda la primavera ancestral, de lutos predichos que esperan que se cumpla el momento. La víspera es repetida y distinta, perseguida en los atardeceres de un cielo que parece ser rasgado por las espadañas de las torres que delinearon los Hernán Ruiz, por los Triunfos del Custodio omnipresente que, desde la Basílica del Juramento, aún advierte de la pervivencia de su promesa a Roelas, a la ciudad heredada.

Desde San Juan de Letrán a la Portería de Santa María de Gracia, desde San Lorenzo a la Catedral, el verano camina por esa vigilia, por esa víspera que culminará en septiembre. En el tabernáculo de Santa María de la Asunción, en su capilla, la Imagen irradia los rezos –presentes, futuros y pretéritos- que frente a ella fueron depositados como el tesoro más preciado de quienes, alguna vez, los imprecaron.

En San Juan de Letrán, la plaza guarda en su atmósfera la esencia de cuanto se narra en los volúmenes que establecen la crónica de la urbe y, aun en la ensoñación del anochecer, casi parece vislumbrarse el hospital que llevaba su nombre.

En San Lorenzo los preparativos silentes visten las vísperas de cultos, flores, bordados, ensayos y cera como la rogativa atávica que se pierde en el sedimento donde reposan, siglos y hermandad, más allá de 1479.

En la Portería de Santa María de Gracia, la cerámica invoca a la calle con un nombre –el de Nuestra Señora-, que, si bien posee la novedad del reconocimiento, no es más que la constatación misma de los años que la contemplan y la convirtieron en Copatrona de todos los cordobeses.

Este año, cuando Nuestra Señora de Villaviciosa vuelva a cruzar el umbral de su oratotio fernandino, una calle llevará su nombre. Y, tal vez, este hecho no le aporte nada a su procesión, al sentido estético y cultual que sus hermanos –durante siglos- han ido amasando entre vísperas que se guardan en la memoria del estío. Pero, quizá, en su orden simbólico, Nuestra Señora de Villaviciosa suponga mucho más que una nueva dirección en el callejero para ser concebida como parte esencial del patrimonio devocional de la ciudad heredada.
 

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