Tras todas las noticias relacionadas con las celebraciones del XXV aniversario, damos un paseo más por nuestro particular recorrido por el Barrio de San Lorenzo.
¿Y qué mejor calle de Arroyo de San Lorenzo para continuar?
Mas allá existe otra calle que dicen Arroyo de San Rafael, y luego de San Lorenzo, donde hay una puentezuela para facilitar el paso de la gente cuando aquél trae mucha agua, y por cierto que ya no es tan caudaloso, como diremos cuando demos nuestro paseo por el bario de Santa Marina. En 1868 subió tanto el agua que llegó a cubrir la mesa altar mayor de la parroquia de San Lorenzo, sacando a muchos vecinos de sus casas en un barco, que el autor de cierto manuscrito vio atado a una reja en la plazuela de la Puentezuela de San Lorenzo. La represa consistió en estar obstruido el arroyo en el campo.
A la mediación de dicha calle hay otra sin salida, dicha de Manzano, apellido de uno de sus moradores, según hemos visto en los padrones antiguos. Al final está la salida del arroyo al campo; le dicen la Rejuela de San Lorenzo, por una que tenía para evitar el paso, y en la que atascándose la broza en tiempo lluvioso ha dado lugar a que se inunden aquellas casas, tanto que en la número 21 se ahogaron una vez doce o catorce cerdos que había en un alto formado en el patio y que subirá unas cuatro varas más arriba del piso del cauce.
Del punto descrito arrancan dos calles, una la de Abéjar, ya mencionada en la Magdalena y que debemos citar de nuevo porque la acera de los números impares corresponde al barrio de San Lorenzo.
En un huerto que hay en ella y perteneció a la casa principal de los Zúñigas estuvo el hospital de Nuestra Señora de la Asunción, que generalmente llamaban de Santa María de Agosto, el que se agregó en 1616 al de los Peregrinos, en la calle de la Feria, como en su lugar diremos.
Recordemos que el Hospital de los Peregrinos al que se refiere Ramírez de Arellano, situado efectivamente en la calle de la Feria, tenía por nombre real "Hospital del Santísimo Corpus Christi y Santa Lucía" por deberse su fundación a la unión de ambas hermandades, y en cuyos estatutos se mantenía la obligación de "hospedar transeúntes de ambos sexos y el enterramiento de aquellos que fallecieran en su paso por Córdoba", regla que le valió el anterior sobrenombre.
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