viernes, 31 de octubre de 2014

La urna de los Santos Mártires de Córdoba (IV)

En 1855 una gran epidemia de cólera causó más de 2.500 muertos en la provincia de Jaén, dejando igualmente un reguero de más de 5.000 afectados. Para colmo de males, varios terremotos y lluvias durante los meses anteriores prepararon el terreno para que el cólera encontrara un lugar propicio para su desarrollarse.Tras una rápida expansión por toda Europa entre 1863 y 1873, llegó a España en 1865 a través del Puerto de Valencia, afectando a grandes zonas de nuestro país entre las que destacaron las provincias de Valencia, León, Teruel, Albacete, Huesta o Palma de Mallorca, entre otras.





Sin embargo no se encontró Córdoba entre las más afectadas, aún cuando la vecina de Jaén se nombre en las crónicas como una de las más afectadas, señalando todos los estamentos de la ciudad a San Rafael protectos de la ciudad. En agradecimiento al Arcángel la ciudad de Córdoba organizó varios actos, entre los que hoy destacaremos la salida procesional en Acción de Gracias organizada para el 17 de noviembre de 1865 y que contó con el respaldo de una suscripción popular.

Como era habitual la imagen de San Rafael fue acompañada por la imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta y la urna de los Santos Mártires, así como con el acompañamiento de una sección de caballería de la milicia nacional, los hospicianos, las hermandades con sus estandartes, las cruces parroquiales, representación de los gremios de la ciudad, las corporaciones artísticas y literarias, los dependientes del Estado, autoridades civiles y eclesiásticas, los jefes y oficiales del ejército bajo la presidencia del Ayuntamiento, el Gobernador Civil, el Cabildo eclesiástico y el obispo, don Manuel Joaquín Tarancón y Morón (1847-1857).

La lluvia tampoco quiso perderse los actos en agradecimiento a nuestro Íncluto Custodio, debiéndose retrasar la procesión hasta el 19 de noviembre


Sin embargo otros muchos actos se celebraron a pesar de la lluvia. Federico Martel y Bérnuy, conde viudo de Torres Cabrera, entregó 300 comidas a los pobres de las collaciones próximas a la iglesia del Juramento de San Rafael, compuestas por una pucherada de barbanzos, arroz, tocino y medio pan blanco. La limosna estaba establecida en 200 comidas, si bien a última hora decidió ampliar hasta 300 el número de almuerzos (bastante abundantes, según las crónicas). Por su parte el obispo costeó, de su propio peculio, el almuerzo a todos los necesitados de Jesús Nazareno y los Dolores, a los de la casa de Expósitos y de locos, a los del Hospicio, a los presos y a los acogidos en el resto de establecimientos benéficos de la ciudad.

Y por si todo lo anterior resultara insuficiente, el Ayuntamiento distribuyó 400 raciones de pan a quien acreditara su condición de necesitado mediante una papeleta entregada por su cura párroco. 


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