viernes, 25 de junio de 2010

En el hombro del Gran Poder

Tiene suerte, después de todo, este muchacho, este petimetre rarito que se ha trabajado sus quince minutos de fama ofendiendo a la fe y maltratando una de las más altas creaciones humanas; este hombre al que sólo compadecen sus víctimas mientras internautas sin nada más que ratones en la cabeza jalean con la risa cruel de los torturadores, con el cinismo descarnado de las hienas, con la impunidad ética de quien no vive ni da la cara más allá de una pantalla.
Es afortunado este hombre, Luis Carbajo Ordóñez, que ha conseguido, como aquel «Ciudadano cero» de Sabina, que España entera se sepa sus dos apellidos o por lo menos los tristes resultados de aquello que algunos contarán como un anécdota sin importancia, un chiste divertido, la gracia de un niño que rompe un jarrón que a nadie le gustaba, la gamberrada inofensiva y guasona que sólo ofende a la vieja quisquillosa.
Ninguno de los devotos y admiradores del Señor del Gran Poder, y alguno hay, y no sólo en Sevilla —¿no, Blas?—, ha pedido su cabeza ni ha ofrecido recompensa a quien vengue con sangre el agravio a la imagen sagrada; ningún tribunal religioso juzgará el sacrilegio ni dictará condena ejemplar de que niños y mayores lo entierren a pedradas. No habrá autos de fe, que ya no existen aunque muchos los añoren para poder insultar con más fundamento siempre a la misma religión, que es la única que no deja de poner la otra mejilla.
Él, al contrario, tendrá un juicio justo; un abogado que lo defienda y un juez que tome en cuenta hechos probados y atenuantes para dictar sentencia, y casi seguro que no tendrá que pisar el otro lado de las rejas, sino que lo mandarán donde poder curar lo que le ha llevado a portarse así. No habrá leyes del talión que lo persigan, sino las garantías de un Estado democrático y moderno.
Esta religión a la que tanto recuerdan su pasado de inquisiciones y a la que tan poco elogian su presente de manos tendidas a quienes lo necesitan seguirá, mientras tanto, imitando a Aquel representado en esa imagen de madera que tanto sentido da a la fe y a las vidas de miles de personas y cargando con la cruz. Claro que no todos los suyos son ejemplares, que el Gran Poder de Dios que parece echarse el mundo a la espalda y moverlo con su zancada sobrehumana —¿verdad, Julia?— termina cayendo en la tierra más veces por los pecados de los cristianos más que por los de los escépticos, que más sufre el hombro desollado por la pederastia, la soberbia y la hipocresía de los que dicen alabar el nombre de Dios que por la burla de los que sólo saben reír sin pensar.
Cuesta estar de acuerdo con aquellos que ven persecuciones y apocalipsis sólo para justificar una papeleta en las elecciones, pero también termina cansando que sea siempre la religión católica la que sufra más ataques por ser la que más perdona y que sea casi pecado laico proclamar la fe. Tan seguro estoy de que este muchacho, este Carbajo, no está en sus cabales, como de que en el caldo de cultivo de su osadía algo tendrán que ver el aderezo de tanto desprecio público al cristianismo y el culto a la fama aunque sea a costa de querer destrozar algo que para los creyentes es sagrado y excelso para cualquier alma sensible.
Fuente: escrito por Luis Miranda en www.cordoba.abc.es

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