miércoles, 11 de agosto de 2010

Paseos por San Lorenzo (Episodio XXXIX; El Juramento de San Rafael I)


La historia del Juramento de San Rafael, es tal vez, la Historia de Córdoba. Todos nos sabemos el Juramento que el Arcángel hizo al Padre Roelas, y todos lo hemos visto mil y una vez en plazas, calles, azulejos, incluso el estadio de fútbol. 

San Rafael representa el nexo de unión entre Córdoba y el cielo, de la misa manera que, como indica su nombre, la Medicina de Dios que los cordobeses han recibido desde sus primeras apariciones en época del Obispo Pascual (S. XIII).

En los siguientes paseos iremos viendo la visión que de las últimas apariciones, aquellas que tuviera el sacerdote Andrés de Roelas, tenía Ramírez de Arellano, y cómo de ellas, se deriva la devoción de Córdoba no sólo por el Arcángel, sino también por las reliquias de los Santos Mártires de San Pedro.

De la plazuela de Don Arias se pasa a la calle de los Amortajados y a la del Cristo de  San Rafael, ya reseñadas, y a la de Roelas, que sale a San Lorenzo y tiene dos callejas sin salidas; la primera, de los Lizones, título que llevó la calle y es un apellido que ya no se oye en Córdoba, y la segunda, del Miguelete, antes conocida por el Rincón. Del nombre Roelas nos ocuparemos en unión de la iglesia que antes nombramos, y cuya tradición es, sin duda, la más interesante para los cordobeses.
Muy conocida es la historia de esta iglesia, así como el nombre del venerable sacerdote Andrés de las Roelas, natural de Córdoba, según unos, y de Posadas, según otros. Todos saben la aparición de San Rafael, declarándose Custodio de esta ciudad, motivo suficiente para la fervorosa devoción que todos le tenemos.
Aquel bienaventurado nació en 1525, y siendo ya sacerdote, como de unos 52 años, vivía en la calle que ha por nombre su apellido, cuando se encontraba postrado de resultas de una grave enfermedad que había padecido. Muy devoto de los Mártires de Córdoba, cuyas heroicas virtudes y martirios había leído en el Romancero de Herrera y otros libros, se encomendó a ellos, y una noche oyó una voz que le decía: "Sal al campo y sanarás".
Algo aliviado, dejó el lecho, y una tarde se determinó a salir de su casa con el objeto de ir a San Lorenzo, o lo más a los Padres de Gracia. Poco a poco se salió al campo y, ya fatigoso, sentose en un collado, donde después se puso la cruz que lleva su nombre y ya hemos dicho a nuestros lectores. Allí estaba cuando sintió ruido de caballos y, alzando la cabeza, vio cinco caballeros lujosamente ataviados, uno de los cuales, que más se le acercó, lo saludó con las palabras de costumbre: "Deo gratia". Respondió cortesmente, y aquél continuó diciéndole que viera al obispo o quien hiciese sus veces y le manifestase que los huesos encontrados en la parroquia de San Pedro eran efectivamente de los mártires de Córdoba; que los tuvieran en gran veneración porque vendrían a esta ciudad grandes epidemias e intercederían para aplacar la justa ira del Cielo. El venerable hizo poco aprecio de lo que oía, si bien le llamó la atención que uno de ellos dijo a los otros: "¡Qué gran monte era esto cuando a mí me prendieron!", desapareciendo como por encanto.

Antigua postal coloreada de la iglesia del Juramento de San Rafael.

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